Hay tres parámetros que determinan tácitamente todo lo que ocurre o debe ocurrir en una ceremonia pública de Ayahuasca. Sobre estos tres pilares están construidas las formas en que la música, especialmente, se da en estos rituales en los que cualquiera puede participar.

1.- Apremia el sentido común. Nada hay por encima de él. El juicio sin juicios y la mirada sincera y clara, muestran las cosas en su sitio y promueven el respeto, hermandad y calidad humana

2.- Los efectos de la medicina Ayahuasca en nuestro organismo en una ceremonia que comience antes o alrededor de media noche, nos lleva a buscar refugiarnos en la introspección meditativa profunda. Luego de un proceso común de depuración interna, la energía del ambiente va lentamente elevándose, de modo que al amanecer ya es normalmente permitido por la relajación de nuestras mentes, que el día venga en toda su gloria.

La duración o intensidad de esta pendiente pueden en ocasiones variar dependiendo del tipo de medicina, la hora de la ceremonia o la salud de los asistentes.

3.- La ceremonia está encabezada por uno o más individuos, sean indígenas o no, sean chamanes o no, pero que reconocen y aceptan la responsabilidad de sus actos y decisiones frente a los participantes en la delicada tarea de compartir medicina Ayahuasca.

Quién y cuándo puede instrumentar una melodía, es determinado por los directores de la ceremonia que ellos están levantando.

Habitualmente, exceptuando la regla razonable de hacer silencio durante las primeras horas, los dirigentes del ritual permiten a cualquier participante que comparta libremente de sus dones musicales.

Sin embargo, reglas implícitas que tienen relación con los dos primeros puntos, establecen algunos deberes importantes a ser respetados para que la ceremonia se realice con bien. Algunos son:

– La ceremonia esta inequívocamente dirigida a la sanación. Cualquier sonido que no apunte decididamente a la sanación, está fuera de lugar. Esto encauza más de lo que parece. De hecho, no hay tiempo durante una ceremonia para practicar, tontear o fallar. Cada decibel de música que se emita, ha de ser profundamente sentido y sintonizado desde la sanación.

– Es buena práctica pedir tanto el permiso como el turno. No se empezar si el que está en curso aún no ha terminado y cedido su puesto. Y es importante también no extenderse mucho, tal vez alguien más quiera participar o más bien los oyentes ya habrán por ahora tenido suficiente del mismo tono. Más importante, no puede haber nunca más de un sonido independiente, por más grande que sea el espacio o aunque alguno de estos sonidos sea difícil de escuchar.

El músico debe observar el ambiente y la hora en que está tocando. El éxito de su ejecución depende de la sensibilidad con que mida los humores por los que está transitando el proceso de ayahuasca de los participantes. No se canta para expresarse el cantante, sino para que los oyentes reciban la canción desde su estado de vulnerabilidad psíquica. La terapia de sanación exige que el volumen y la velocidad de las piezas respeten la naturaleza introspectiva de la medicina, en lo específico de esa noche, esa hora, ese lugar y esos participantes.

– El ritmo que distingue a una música medicina es el determinado por la naturaleza universal, que llega a nosotros a través del golpe del corazón.

Cualquier variación o salto puede ser interesante para algunos oídos, y a veces incluirse casualmente en alguna pieza de medicina, pero a la larga estas particularidades cuentan sus propias historias.  Así también, el ritmo universal alcanza una vibración que reacomoda algunos chakras y endereza la puerta al entendimiento.

– El mensaje también es importante. Optimismo, fuerza, amor, paz, alabanza. Historias, reflexiones, enseñanzas o aun solo invocaciones, pueden transmitir la belleza de la vida y contagiar de sonrisas y de plenitud a los oyentes.

– El profesionalismo de un músico de medicina depende de qué tan pulido y con cuánta rectitud se expresa.

El músico medicina “entra” en un aposento sagrado para empezar una pieza, con el máximo respeto, elegancia y firmeza. Sin dudas ni vacilaciones, se monta en el viaje de la vibración que está emitiendo y solo lo interrumpe cuando haya terminado.

Ni aún en muchos casos que podríamos considerar excepciones, el deber inflexible del actor es cumplir dignamente con el propósito de su ritual.

Todas las fuerzas, las energías, los pensamientos y los ánimos, se entregan al instante. Y cuando el canto termina, le sigue el silencio.

Acompañados de la medicina, los músicos experimentados gustan de tomar seguidamente varias dosis para ganar fortaleza en sus cantos.

Una chuma bien dirigida les cultiva el arte de escucharse en altos niveles de concentración, y trae el poder de expresar la gloria divina que es respirar conscientes.  No existe ya un cantante, sino tan solo la canción.

Autores:

Texto: Sergio Velasquez Zeballos

Blog: Mercedes Andino

Imágenes tomadas de internet