Fuera de lo descrito por las palabras, el universo es inmensamente grande y vivo. Lo incomprensible y misterioso de la naturaleza sólo podemos experimentarlo. El conocimiento de lo inconmensurable sólo lo podemos ir aprendiendo en propia piel.

Ayahuasca es un preparado de plantas que tienen una virtud. Ellas, como hijas de la naturaleza, han aprendido verdades prácticas que aún no hemos comprendido y que pueden transmitirnos cuando las ingerimos.

La sabiduría que nos comunica el Ayahuasca es digerida según como tengamos organizada la estructura de nuestra percepción del mundo. La ventana al infinito que se abra es aprovechada según la voluntad que tengamos para percibirla con claridad.

El Ayahuasca ha sido utilizada como medicina desde hace milenios para contactar con ese conocimiento interno que poseemos como hijos del universo y que hemos bloqueado al adormilarnos en una rutina de ocio y preocupación. Un poco de té, tradicionalmente servido en rituales de sentido sagrado, puede recodarnos que la vida es hermosa y podemos vivirla despiertos y con alegría.

La Ayahuasca explora los confines del organismo mente-cuerpo buscando desórdenes. Mejor dicho, recorre el organismo completo, sin excepciones, hasta que algún nudo le dificulta el paso. Una preocupación, una enfermedad, un descuido, una actitud. Cualquier embrollo de energía obstaculiza el flujo natural de la corriente de vida en nosotros que las plantas ayudan a incrementar. La presión resultante puede activar procesos físicos y psicológicos que finalizan en sanación cuando soltamos los cúmulos de negatividades y relajamos el organismo permitiendo el libre ciclo de la energía.

La sabiduría sintonizada estimula los sentidos. El incremento de la sensibilidad es parte del cese de tensiones mentales que se rinden a la influencia de una frecuencia de vibra distinta. La consciencia de percepción se agudiza tanto internamente como de forma externa. Una lluvia de sensaciones visuales, auditivas, táctiles y mentales pueden apabullarnos mientras aprendemos a manejar la información recibida. La sobrecarga de colores, olores y dolores pueden ametrallarnos sin control hasta que sepamos ponerles orden y armonizar nuestra forma de percibir para procesar con dominio cada cosa percibida.

Cuando la corriente de energía en el organismo cobra fuerza, ésta lubrica la capacidad de profundizar con nuestra clarividencia el mundo interno que guardamos como subconsciente.

La llamada pinta, mal considerada a veces como alucinaciones, es una forma de desplegar en una pantalla visual, auditiva o reflexiva nuestras realidades mentales y espirituales. Nuestros pensamientos cotidianos, nuestras tensiones nerviosas, nuestros traumas olvidados, nuestras esperanzas futuras. Miedos, rabias, preocupaciones, alegrías, paz. Todo se hace visible tan confusamente como nos descuidemos, tan claramente como nos gobernemos.

El mareo que la poción pueda provocar es una reacción a las alturas a las que podemos llegar. La falta de armonía en nuestros movimientos obvia la falta de control que tenemos de nosotros mismos. Al hacerse notorios los síntomas de nuestra vida irreflexiva, está en nuestras manos ir haciéndonos cargo de ella.

Este mareo, junto a  los malestares y trompicones que expresa, son un reto que podemos aprovechar para ganar disciplina sobre nosotros mismos. La pendiente a conquistar es demorada por la pereza de dejarnos aplastar por las sensaciones sin mantener un propósito firme.

Se da el caso que a través de esta claridad de visión que se destapa en nosotros, vamos descubriendo y sacando a flote panoramas y detalles que durante tanto tiempo hemos hecho esfuerzos titánicos en esconder.

La sorpresa o desagrado ante estas verdades personales pueden arañar nuestra entereza de juicio sino nos mantenemos ecuánimes a todo, sin condiciones. Para esto nos es útil perder la importancia de nuestro yo, el apego a nuestro mundo y la ambición de nuestros ideales. Manejar con impecabilidad nuestras acciones, tanto durante el ritual como en nuestra cotidianidad y tratar con respeto el misterio que somos, son coadyuvantes para conservar y desarrollar la cordura y la sobriedad.

Abrimos una puerta a lo desconocido. Lo incognoscible del universo es alcanzable por nuestra mirada. Avanzamos hacia ello con confianza, prudencia y paciencia. Nuestra madre Tierra, que nos regala la vida y todo lo que somos, nos da la oportunidad de entender nuestra naturaleza, de crecer sobre ella hasta que florezca la inmensidad de nuestro potencial como seres humanos.

Tomado del libro “Por qué ríe la brisa”,

Autor: Sergio Velásquez Zeballos del libro “Porque ríe la brisa”

Imágenes: Internet

Fotos: Mercedes Andino