El Ayahuasca es un espíritu originario de las selvas de América del Sur. Acompaña al hombre desde hace miles de años durante el recorrido de este a través de su oscuridad interna. Como una madre, le ha ido enseñando una sabiduría invaluable que le ha ayudado a sobrevivir hasta hoy.  Le podemos ver como una poderosa serpiente emplumada, surgida de la tierra y del agua y que sobrevuela el aire rugiendo fuego.

Restringida y aislada desde las conquistas europeas en puntos privilegiados, principalmente mantenida por chamanes elitistas que buscaron transmitirla pura, en estas épocas ha tomado impulso y se ha empezado a extender hacia una mayor cantidad de corazones.

El espíritu que le invadió hace 500 años tenía una personalidad relacionada al metal, el cemento, el plástico y la comodidad. Una serpiente también muy antigua que se alimentó de civilizaciones enteras aislándolas de su madre tierra y destruyendo selvas y bosques. Llegó implacable a América construyendo ciudades frías para seres humanos confundidos. Civilización, desarrollo y tecnología, fueron sus cebos. Una corriente tenebrosa que impregna de superioridad, competencia y miedo.

Así entonces vinimos nosotros, a un mundo bañado de fuerzas que escuecen de forma sutil  e imperceptible  hasta niveles desesperantes. Aprendemos por consecuencia una identidad que separa nuestra percepción pura de la realidad, de nuestras experiencias como tal. No vemos, pues la nube que se arrastra a través de nuestras emociones nos cuenta historias que nos convencen de locuras y disparates. Así entonces vivimos nosotros, en la oscuridad.

Y esta noche escuece. Este dormir atormenta. La vida continua rauda, estrujando a quien se deje llevar. Esta borrachera pesa. Y el peso que oprime es reconocido como una urgencia de hacer valer un nombre personal, de dejar una marca indeleble en la existencia, de construir con ambición la absurda torre de Babel. No tenemos nada por qué ser infelices. Pero, ¿qué nos ahoga?

Y cuando miramos, brinca la sorpresa: El ardor que reina bajo el infierno en que nos hundimos persuadidos por la lengua de la serpiente plateada, es la energía misma de la serpiente emplumada, que viene a rescatarnos. Ambos ofidios se entrecruzan como si lucharan, pero a su vez complementándose.  La supuesta contienda entre la civilización y la naturaleza, no era sino una danza entre existencias tan distintas pero tan iguales.

Lo que nos duele es lo que nos impulsa. Lo que nos pesa es lo que nos somete a liberarnos. Lo que sufrimos es las alas que nos enseña a volar. Todo lo que haga visibles nuestros errores, es un regalo.

Entendemos, así, por qué el ayahuasca aprieta desde nuestras oscuridades, alertándonos para que encendamos una luz que es nuestra por naturaleza. Entendemos el sacudón que experimentamos en nuestras vidas, acorralados por dos fuerzas antípodas. Entendemos también por qué un simple té es tan magnífico que cambia nuestras vidas diametralmente.

El poder de la selva está sembrando raíces ya en muchos corazones. La sanación de nuestras heridas, provocadas por nuestra identidad ególatra, se siente como un mimo renovador que templa nuestro carácter. Embriones de alegría se están distribuyendo estratégicamente, estremeciendo a los individuos dormidos y aguijoneando a los medio despiertos. En medio de la tormenta, la paz se está infiltrando. Está en nosotros el florecer para poder celebrar así que es por fin primavera, para poder consagrar así que amaneció.

Pronto veremos que, pese a cualquier movimiento destructivo que parezca aislar al ser humano, pese al metal, el cemento, el plástico y la comodidad, pese a este asfalto que mata árboles, este sitio donde estamos parados sigue siendo selva, y el poder de la selva es dueño de todo. La selva sigue creciendo aquí imperceptible. La frialdad de la ciudad no ha podido asfixiar la luminosidad de la serpiente emplumada que impregna ahora nuestras almas. Nada absurdo tiene dominio, pues seguimos en el seno de la Madre. Aquí bebemos de su néctar y vibramos de su amor. Y aquí continuamos, pues, caminando.

Texto: Sergio Velásquez Zeballos

Imágenes: Internet

Fotos: Mercedes Andino