Se cuenta que el ser humano se levantó de entre las demás especies animales desde el momento en que aprendió a establecer una comunicación suficientemente profunda con el elemento de la naturaleza más incomprendido y más temido: El fuego.

Convirtiéndose entonces en un compañero esencial para cada comida y en cada noche, el fuego nos ha enseñado que todo en la vida es fugaz, que la verdad de nuestra existencia se manifiesta desde el espíritu y que, por lo tanto, todo es sagrado. Aunque ya en la cotidianidad hemos banalizado nuestra experienciación del mundo, hay ocasiones como las ceremonias o rituales que nos recuerdan lo precioso de cada momento.

El fuego sagrado o ceremonial es honrado de principio a fin teniendo presente esta noción, agradeciendo y respetando su importante misión de ser un sostén de la vida. Es levantado bajo un rezo obsequiándosele ofrendas como inciensos, aromas y canciones sin utilizar combustibles tóxicos o artificiales.

Algunas tradiciones gustan de levantarle en forma de flecha apuntando a la dirección del Este. Cuando se hace de esta forma, representa al sol y tiene además la importante tarea de abrigarnos. La otra forma de hacerlo es apuntando a la dirección del Oeste, que es el sitio a donde se va la noche y en su oscuridad se lleva todo lo que ya no necesitamos.

Al fuego ritual también se le llama abuelo, por ser ese acompañante y maestro muy antiguo del ser humano. Se le entrega las ofrendas haciendo reverencias como lo haríamos con un gran maestro. No se le ultraja ni maltrata de ninguna forma, no se le lanza restos de cosas y cuando se colocan los leños se lo hace desde el sentir y en conexión con el fuego de nuestro propio corazón.

Junto a la fogata se desarrollan la mayoría de las ceremonias de ayahuasca, especialmente celebrándose durante la noche. Los participantes viven su proceso de descubrimiento interior bajo los efectos de la medicina en el mismo ambiente del fuego sagrado, siendo guiados por su luz, abrigados por su calor, y consolados por el fervor de este espíritu de la naturaleza.

Siempre como un gesto de devoción, pero también con la intención de que la ceremonia esté bien aspectada por la armonía y la protección del fuego, se escoge para él la madera de la mejor calidad. La leña es su alimento y si esta no está seca y en buenas condiciones, dará como resultado un humo que intoxica en vez de limpiar y no contribuye con el proceso de sanación.  El abuelo es alimentado de la mejor manera y cada cierto tiempo se le hace ofrendas para que purifique con sus humos el ambiente y ayude a despejar y dar claridad a los procesos espirituales que transcurren a su alrededor.

De entre los asistentes pueden asignarse uno o más voluntarios que asumen la labor de guardianes. Hay tradiciones que permiten solo uno y le dan el acceso exclusivo a cualquier manejo que corresponda hacer, pero dentro de corrientes más relacionadas con la medicina ayahuasca hay más apertura al respecto, y si alguien siente la conexión y el respeto de acercarse al abuelo, puede hacerlo.

El guardián o los guardianes del fuego suelen ser personas que están trabajando internamente con este elemento, y que quieren hacer una relación con el abuelo, aprender a escucharle y conectarse con el fuego de su propio corazón.

Altar y fuego son los dos pilares en el ambiente de la ceremonia. Sobre este ambiente se mueven los otros dos pilares esenciales: La medicina y los participantes.

El transcurrir de la noche se mantiene así iluminado hasta el amanecer, hora en que la fogata se apaga por sí misma, ya no siendo necesaria pues ahora el calor del sol desciende desde el cielo. Transmutando, purificando y trascendiendo, hasta que se transmite la luz a los ojos de aquellos que la portarán durante el resto de su vida, recordando ahora lo sagrado que es todo.

Autores: Sergio y Merce