Medicina ancestral, le nombras a veces. Otras veces, drogas. Plantas maestras, dices. Y también circulan los elementales sintetizados. A estos componentes que te sacuden de tu pereza espiritual, les llamas medicina.
La estimulación de los sensores de tu ser activa respuestas de tu parte, activa la conciencia que se da cuenta de los estímulos. Al proceso de perder la carga que pesa la insensibilidad, lo percibes como sanación. Y lo que sana, se gana el nombre de medicina.
Entonces acontece que incluso el más leve estímulo sensorial es medicina. El trigo que revitaliza, el aire que trae vida y el agua que la hace fluir. La eterna presencia del Gran Espíritu es medicina. Sufrir, caerse y morir, son medicina. La ausencia total de estímulos es medicina también. Estímulos malos, de los que no quieres que ocurran, también son medicina. ¿Qué nos da pie para decir que tal planta es sagrada y la otra es mala hierba?
El aroma de una flor es medicina, el hedor de tu mortalidad también lo es. La bendita lluvia es medicina, la solitaria sequía también lo es. La alegría plena es medicina, la rabia gutural del tigre arrinconado también lo es.
La crisis social que experimentas con sudor, pesar, impotencia y lágrimas, esta también es medicina. De sabor amarga, ¿no?
Una buena medicina no sana. Una buena medicina provoca una tormenta de estímulos en ese justo espacio en donde falta sanación. El estímulo repentino puede desorientarte temporalmente, puede emborracharte. El estímulo te puede doler.
Una buena medicina, sin que le importe tu debilidad, toca el punto más lacerante, el nudo más grueso, la enfermedad más sufridora. Una buena medicina no te levanta de la cama sino que te empuja maliciosa pero precisamente para que no tengas más remedio que manejarte con pisada firme.
¿Confías acaso en la ensoñación que pinta la niña Santa María? Marihuana, digo. Junto a ella te rodea una cortina de humo que disimula de tu visión la mera realidad. Esta cortina no tiene como objetivo que quedes preso en la confusión que te provoca, sino más bien que hagas todo y lo imposible por encontrar la claridad. Con mirada fija, atraviesas ese velo psicodélico de hambres nerviosas, ansiedad y vicio. Aquí, del otro lado de este velo de maya, se manifiestan las medicinas que llamas clarividencia, paz serena y fijeza de mirada, y se expresa una satisfacción que late dulce en el corazón. Si te quedas ensimismado en los variados colores, te pierdes de la unicidad que enseña la sobriedad.
La ayahuasca tampoco es para cobardes. Ella lleva selva y en la selva hay que despertar con agudeza para conseguir sobrevivir. Si te atreves a entrar en la selva te caerán encima las serpientes y podrán engancharte en sus anillos. “Que sea lo que fluya”, de repente dirás negligente. Una falsa espiritualidad te podrá distraer durante pesadas cantidades de ceremonias vividas. El consumo de esta planta te muestra sin piedad lo eterno de la Creación, y aun así sigues insistiendo en que las cosas son como el capricho del ego dicta. Aún crees que eres solo una persona que está queriendo sanar. Aún te resistes al mundo. Aún mientes sobre ti. ¿Cuántas ceremonias necesitas para aceptar que eres lo eterno que no conoce enfermedad?
Abre los ojos, ser que recibe medicina. No dejes de juzgar por sobre las cosas, pues prohibirse juzgar es ya un juicio. No dejes de señalar al prójimo, pues la pose de humildad te señala a ti. No te dejes llevar por la corriente, pues la selva te tragará. No importa si la corriente es nueva. Actúa desde tu razón y certeza, pues la confianza es un escudo que te dará hálito para que subas montañas sin desfallecer y visites abismos sin desmayarte. La razón pura y sentido común dicen que desconfíes de todo, y sobre todo, de ti mismo. Duda de tu razón para que ella requiera refinarse.
No dejarse llevar por nada, mucho menos por la medicina, es el resultado progresivo a la sanación en la que la medicina te lleva. “Supera tu enfermedad por tu propia cuenta y esfuerzo, y solo entonces te sanaré”, te dice una buena medicina. “No creas en nada”, te dice una buena religión. “Vine a traer espada”, te dice un buen maestro. “Todo esto es mentira”, te dice ese sabio que conoce la verdad.
Valiente, valiente. Te invito a tomar medicina No mimará el dulzor de seguir tomando teta, sino que te apretará y torcerá hasta que crezcas. Si estás dispuesto a morir para reconocer que nunca mueres, bienvenido. Levanta tu medicina con respeto, pues el respeto mismo te guiará. Levántate decidido a morir.
Texto: Sergio Velasquez Zeballos
Imágenes: Internet
Foto: Mercedes Andino